La misma ruta de siempre por las mañanas, posiblemente el mismo camión cada cierto día. La rutina era la misma, día tras día. Cada que recargaba su cabeza sobre la ventana que daba al asiento en el que se encontraba, al sentir el frío vidrio en su frente, pensaba sobre lo que hubiese sido el asistir a aquella cita -demasiado atrevida-, a la que nunca llegó.
La luz naciente de las seis y media de la mañana le acompañaba sobre el trayecto que hacía a diario para llegar a su trabajo. Gente subía y bajaba del camión, la música del chófer sonaba a través de las enormes bocinas que se encontraban en la parte trasera de la ruta. La música lentamente se iba difuminando en una crisálida de recuerdos que se formaba en su mente al momento de cerrar los ojos. Se veía entonces, platicando con su vieja amiga que, en aquel momento de sus recuerdos, llevaba ya cinco años de casada. Le habían invitado a su boda y conocía al novio -ahora esposo-, con quien nunca tuvo problemas pues, aunque ella había sido de su gusto varios años atrás, nunca habían materializado nada más allá de algunas pláticas candentes por teléfono en un momento de sus vidas en los que las circunstancias los llevaron a ello.
Podía incluso recordar el olor de la taza de café que tenía delante de él aquel día, de hecho, el oler una taza de café siempre le llevaba a ese momento de su vida. Un ciclo sin terminar, le había comentado alguna vez. Por culpa de aquello había abandonado la adictiva sustancia caliente.
Estaba ahí escuchando, recordaba su rostro y el cómo su cabello se movía cuando ella se reía con fuerza e intentaba tapar con el dorso de la mano sus fuertes carcajadas. En aquellos momentos, le parecía muy bella; llena de vida. Siempre había sido atractiva, tenía unas lindas mejillas, una fina nariz, un largo cabello chino y además un hermoso par de 34D. Ella misma se lo había presumido cuando le acompañó en una ocasión a comprar ropa interior.
-Fíjate que la semana pasada me sugirió que hiciéramos un trío con una chica- le repetía ella al comenzar a hurgar nuevamente en sus recuerdos.
-¡No inventes! ¿Y qué le dijiste?
-Pues la verdad, siempre quise hacerlo también con una chica.
Él hacía cara como de sorprendido y ella le pegaba en sus rodillas, siguiendo el juego.
-Y pues tenemos una amiga en común, no la conoces creo yo: Andrea-decía-, y me dijo que si me parecía le podía decir-. Acto seguido sacaba su celular de su bolso y a través de Insta, mostraba la foto de Andrea: rubia, de ojo claro, complexión delgada, pero con una cadera amplia, bastante amplia.
-¿A poco no tiene un trasero de esos en los que te falta mano? – decía ella.
-Pues a mi mano le calza bien- respondía nuevamente.
Otro golpe en las rodillas.
-Y pues aceptó.
En aquel momento las miradas chocaban y se veían fijamente. Una chispa de fuego se veía reflejada en ella, una chispa que, al ya haber vivido aquella situación, sabía en que se traduciría.
-Nos cogió a ambos, es verdad, no te miento. Nos cogió a ambos y nos dejó muertos.
Me contó que cuando habían llegado a la habitación del hotel, Andrea ya estaba ahí. Botella de vino y tres copas, “un trago para el valor” les había dicho. Tomaron la copa y bromearon un poco; había algo de tensión en el ambiente. Ella había ido con un vestido de una pieza, de esos fáciles de quitar; se había puesto unas prendas de ropa interior de encaje sin saber a quién buscaba excitar: a ella misma, a su marido o a Andrea. La experiencia iba a ser algo completamente nuevo. Andrea también llevaba puesto un vestido, de tirantes; una pieza de color gris, con unas sandalias negras y traía su cabello recogido en una coleta. Su esposo estaba sentado en la silla del escritorio de la habitación, Andrea estaba parada en medio de ambos y ella se había sentado en la cama.
Sin mediar palabra, en una pausa de común acuerdo implícito, Andrea caminó hacia la cama y se sentó a un lado de ella. Se miraron a los ojos y Andrea la besó. Sus labios -decía ella- eran suaves y su lengua hábil, comenzaron con unos besos tiernos y después fueron subiendo de nivel; sus lenguas se entrelazaron y sus respiraciones se agitaban más y más. Andrea se separó y deslizó los tirantes de su vestido para dejarlo caer, levantó sus pies uno a uno y empujó con sus sandalias el vestido a un lado. Frente a ella, Andrea estaba desnuda, no llevaba ropa interior. Sus amplias caderas se erguían frente a ella. Su cuerpo delgado y sus pequeños pero redondos pechos se erguían orgullosos; su piel rosada se apetecía suave y tersa.
Sin pensarlo dos veces, se acercó a Andrea y comenzó a besarle el abdomen, poco a poco fue bajando hacia su sexo que se encontraba completamente depilado, cuyos labios rosas aceptaron gustosos cada uno de los besos que ella daba. Su esposo se acercó -ya desnudo-, y presionó con su miembro el trasero de Andrea quien extendió su cuello de un lado para indicarle que comenzara a besarla, con sus brazos extendidos hacia arriba, él comenzó a masajear suavemente sus pechos y besarle el cuello. Andrea le envolvió su cabeza entre sus brazos extendidos al aire y comenzó a mover suavemente sus caderas de atrás hacia adelante.
Entre los besos que le daba a Andrea, comenzó también a acariciar el miembro de su esposo con una mano, tocaba suavemente el miembro erguido de su marido y besaba apasionadamente los húmedos labios de Andrea.
-En un principio, sentía que aquello era algo completamente diferente… incluso extraño- me decía mientras le daba un sorbo al café. La voz era algo susurrante y se había acercado más, no era algo que quería que toda la cafetería se enterara.
Se mantuvieron así un rato hasta que los separó a ambos suavemente. Andrea la recostó en la cama y se colocó sobre ella para que ambas se hicieran sexo oral, un 69. La lengua de ella comenzó a lamer su clítoris suavemente. -Mi esposo -me dijo tras otro trago de café-, acercó su pene al rostro de Andrea y ella comenzó a practicarle sexo oral mientras usaba una de sus manos para acariciar internamente mi vagina.Sentía sus dedos tocar mi punto G.
Miró entonces hacia arriba como si recordara esa escena, apretó muy fuertemente la taza que tenía en sus manos. Se llevó la taza sus labios, disfrutó otro pequeño sorbo de café y continuó:
-No sé cuánto estuvimos así, pero entre su lengua y sus dedos yo me sentía en un éxtasis impresionante-. Me miró a los ojos por unos instantes y continuó con el relato.
-Acomodó a mi esposo sobre la cama, y nos acomodamos encima para acariciarlo con nuestros sexos. Yo -decía mientras titubeaba un poco-, no podía dejar de verla a los ojos. Su mirada me había hechizado.
-Estuvimos así un rato hasta que finalmente me dijo que colocara mi vagina sobre el rostro de mi esposo quien me jaló fuertemente y comenzó a lamer mi sexo. Ella se montó sobre él tras ponerse un condón que había dejado sobre el buró, a un costado de la mesa.
-Comenzó a cabalgarlo con más fuerza y a lamer mis pechos mientras se inclinaban hacia adelante. Traté de mantenerme erguida, pero al final terminé inclinándome hacia el frente. Comenzamos a besarnos.
Recuerdo la pausa que hizo en ese momento, giró bruscamente a ambos lados como si hubiera querido verificar que nadie nos estuviera escuchando y prosiguió con su relato:
-El muy cabrón de mi esposo no aguantó más y Andrea se percató de inmediato, así que comenzó a moverse suave y lentamente hasta que el condón quedó completamente lleno. Yo nada más lo sentía estremecerse debajo de nosotras.
-Yo todavía no llegaba, y supongo que ella tampoco. Así que me jaló con fuerza y tras rodar un poco en la cama, era una tipo King- entrelazamos nuestras piernas y comenzamos a frotar nuestros sexos con fuerza. De pronto, sentí como las manos de mi esposo me estaban pellizcando los pezones suavemente hasta que, en un fuerte grito las dos tuvimos un fuerte orgasmo.
En ese momento recuerdo bien que se quedó callada, esperaba que le dijera algo, así que recuerdo claramente lo que le dije:
-Pues estuvo bueno, pero pues así que digas que fue una cogida tan dura… Como que no me la creo, ¿eh?
-Es que lo hicimos un par de veces más -tomó el último trago de su bebida y me miró a los ojos-, y en el último tuve un squirt.
-¿Y antes? – le decía entrecerrando los ojos, como si habláramos de algo muy sospechoso.
-Jamás, primera vez.
Ambos sonreímos como cómplices de alguna travesura y después nos reímos.
-Y ahora me toca a mí -me dijo desviando un poco la mirada-, me toca a mí escoger algo.
Recuerdo cómo me miró a los ojos y dejó su bebida vacía sobre la mesa. Su rostro tenía un brillo bello, la expectación de lo que me iba a decir y el calor del recuerdo de todo lo que me había contado con lujo de detalle le hacían lucir verdaderamente atractiva. En aquel momento me sentí culpable por sentir como una erección se levantaba ante mi amiga, quien además ya estaba casada.
-Ya me dio permiso y aceptó sin rechistar.
-¿Qué cosa? -le decía yo embobado por lo que tenía enfrente, nublado por los pensamientos de emoción, expectativa y vergüenza.
-Quiero que hagas un trío con nosotros- me soltó a bocajarro.
Te invitamos a leer la segunda parte de este relato aquí.
Sobre el autor: Gerardo González, «Al querer ser tantas cosas me di cuenta que para lograrlo solo tenía que ser una: escritor.» Escritor mexicano de todo lo que pase por mi cabeza.