Mario revisó la base de datos del gobierno: Mario Parada, 41 años y el ícono de mensaje para interactuar.
Acababa de recibir una nueva petición de sexo casual, era la novena del día y es que debajo de su nombre se presumían las 5 estrellitas que le causaban tanto orgullo.
Mario no parecía excepcional, cabello negro, de traje por el trabajo, ojos oscuros herencia de su madre. Un cuerpo tonificado, pero solo por correr en exteriores.
Pero eran 5 estrellas en promedio durante los 4 años que llevaba funcionando el sistema de puntuaciones de la base de compañeros sexuales del gobierno.
Hacía casi una década que el gobierno implementó una especie de registro especial para personas sexualmente activas. Esto por el furor y descontrol que surgió con las apps de citas.
Muchas personas acababan metidas en negocios ilícitos, desaparecían, se contagiaban de enfermedades venéreas, entre otros tantos problemas.
El gobierno comprendió que las épocas cambiaban, que el sexo con extraños era más común de lo que se pensaba y necesitaba regularse para evitar más problemas de salud pública y crímenes como la trata de personas.
El nuevo programa consistía en que toda persona mayor de 20 años debía registrarse en la plataforma con su nombre real y su número de registro poblacional.
Así se verificaba que el susodicho era quien decía ser. También debía ser público sus resultados de enfermedades venéreas y salud sexual.
Y cuando dos personas hacían “match” y acordaban un encuentro casual, el Gobierno tenía conocimiento de este encuentro.
Supuestamente eran datos que solo salían de la plataforma en caso de una averiguación policial. Lograron arrestar a más de una persona con este método en casos de asesinato y trata.
Hasta ese punto todo era por “bienestar público”, hasta que la base agregó, de unos 4 años para la fecha, un sistema de reseñas.
El tema seguía siendo polémico, pero más allá de las opiniones diversas, las reseñas estaban en vigor.
Era obligatorio dejar las famosas estrellitas. Ya una opinión textual era a gusto del usuario.
Aquello, quisieran o no, cambió mucho de las dinámicas sociales. Era fácil encontrar el historial de una potencial pareja amorosa o solo un encuentro de una noche.
Los psicólogos crearon programas para averiguar cómo este tipo de interacciones estaban cambiando las relaciones humanas y la autopercepción.
Pero Mario no pensaba demasiado en eso, Mario estaba más consternado por la calificación que le colocó su encuentro del fin de semana pasado.
“Solo tienes esas estrellas porque eres guapo y tienes buen pito, no te la creas tanto”
Nunca le habían dado dos estrellas.
Era el primer comentario negativo que recibía. Le horrorizó que ahora ese comentario estuviera arriba de todo y estaría ahí hasta que alguien más le diera una reseña nueva.
La reseña #100 de su perfil.
Mario no era un adicto al sexo, era solo soltero y un contador que trabajaba de 10am a 6pm. Vivía en la capital y tal vez pecaba de tiempo libre.
Pero estaba seguro que sus dotes de amante no estaban limitadas al tamaño de su verga.
Si así fuera, todos con un poco más del promedio local de 14cm estarían con su misma cantidad de estrellas y reseñas.
Estaba seguro que en su ciudad debía existir otro hombre con un buen tamaño, pero un pésimo rendimiento. Una vez que la pregunta se instaló en su mente no lo abandonó el resto de la semana.
Comenzó buscando por ocio, simple curiosidad. Los días pasaron y él fue probando con distintos filtros hasta que el menos esperado arrojó el resultado que esperaba.
Mario Vegas. 24 años. 1 estrella y 12 reseñas.
“No sabe usar lo que tiene”
“¡Rarísimo! ¡Nada recomendable! No te dejes engañar por la primera impresión de su anaconda”
“Frustrante, no digo más porque igual se deprime si lo hago, pero si puedes y no estás desesperado a muerte, evítalo”
“Me ilusionó el tamaño, pero es solo una pantalla, el resto es decepcionante”
Mario había terminado las tareas del día, aún faltaban 15 minutos para su hora de salida y estaba aburrido y con el ego tocado.
Ver la foto de aquél chico con la sonrisa tímida al contraste con ojos azules llenos de pasión reprimida, hicieron que su pene se hinchara.
Un diamante en bruto.
Según el registro se había hecho exámenes hacía 6 meses y hacía 8 que nadie le dejaba una nueva calificación por lo que Mario comprendió que el chico se había rendido.
“¿Sexo a las 9? Puede ser en un punto intermedio si te apetece. No, no es una broma”
Y lo envió.
Le saltó la alerta de mensaje automático: “Esta persona no está recibiendo solicitudes en este momento”.
Mario pensó en darse por vencido, pero algo en su cabeza le gritaba que persistiera. Como cualquier buen explorador.
Entró a google y puso su nombre, no tenía redes sociales conocidas. Seguro era un ermitaño. Vagó con el scroll hasta que dio con un perfil en una cuenta de videojuegos.
—Parece más caso perdido de lo que pensé —se dijo a sí mismo cuando en vez de una foto vio el avatar de un personaje parecido a un zorro con una escopeta.
Mario no era fan de los videojuegos, aunque sí que llamaban su atención. Prefirió no desviarse de su objetivo y mandó un mensaje al perfil de trabajo, solo copio y pegó.
Esperó unos minutos cuando saltó la notificación:
“¿Es una broma?”
“¿Qué no leíste lo que puse? Esa parte exacta donde especifiqué que no”
“Lo siento ahorita no me apetece sexo con desconocidos”
“¿Tienes pareja o algo formal?”
“No. No. Solo soy malo para eso y estoy bastante harto”
“¿Has buscado mi nombre en la base de datos?”
“¿Por qué crees que he preguntado si es una broma?”
“Bien. Si después de verme no te apetece sexo, lo dejamos ahí. Pero quiero conocerte. No me puedo creer tus malas calificaciones con el buen aspecto que se te ve en la foto”
“¿Quieres venir en persona para burlarte de mí? Temo decirte que no eres al primero que se le ocurre”
“Vaya, ha sido una experiencia dura —Mario se río por su propio humor—. Pero lo digo enserio. Me gustaría enseñarte algunas cosas para que subas ese puntaje ¿Qué dices? Yo satisfago mi curiosidad y tú te llevas más que un par de buenos tips”.
Pasaron minutos sin respuesta y Mario asumió que el chico se negaría. Tal vez las propuestas casuales como la suya aún le resultaban extrañas, lo que era raro considerando su edad y que, a diferencia de él, este Mario debió crecer sabiendo de la base de datos.
La generación de Mario Parada aún vivía adaptándose al sistema, con más miedos e inseguridades que la generación para la que fue “natural”.
La alerta lo sacó de sus cavilaciones:
“Solo acepto si te comprometes a ponerme 5 estrellas en la app”
Mario soltó una carcajada, notó las miradas de sus compañeros (con ninguno se había acostado para evitar problemas a largo plazo). No perdía nada, aceptó. Justo a las 6 pm, Mario Parada agendó un encuentro desde la base de datos con Mario Vega para esa noche.
5 estrellas vs 1 estrella.
…
—¿Pasivo, activo?
Mario Parada entró a la casa de Mario Vega. Un departamento con una cocina pequeña, una sala que en vez de sillones tenía máquinas de ejercicio y un cuarto lleno de luces de colores, pantallas y una silla aparatosa.
—N-no lo sé. El que sea, seguro soy malo en ambos.
Mario negó con un sonidito de lengua en desaprobación. Sería un reto, pero estaba dispuesto a tomarlo. Porque su tocayo era una fantasía caliente.
Vega, al que Mario quiso decir “¡Verga!” en cuanto le abrió la puerta, era más alto que él. Pelirrojo, algunas pecas dispersas en su rostro y los ojos azules que seguían haciendo punzar su pene.
Ahora complementado con ese cuerpo, estaban haciendo a Mario babear. Necesitaba mirar mejor debajo de esa sudadera con gorro.
—¿Entrenas o algo así? Parece que no sales de casa.
—No salgo. Hago ejercicio para entretenerme.
¡Entretenerse! Mario Parada pensó que debía ayudar al chicho a darle un mejor uso a ese tiempo libre a partir de ahora.
—Bien, saltémonos las presentaciones incómodas. ¿Qué es lo que hace que te valoren tan mal?
Vega se mordió los labios, carnosos y rosas. Dulce fruta en proceso de maduración, Mario destensó los hombros. Ese día estaba ahí para ser maestro no un salvaje.
—Es que tengo, tengo…
—¿El qué?
Vega entró a su cuarto lleno de luces y salió un momento después, extendió a Mario una lista.
—Cosas que quiero probar.
—Creo que es el punto de esto —respondió y leyó la lista.
Su intuición no le fallaba, la sonrisa tímida solo era consecuencia de su inexperiencia, ahí debajo de esa piel que moría por ver, estaba un pervertido lleno de deseos.
Tachó dos de la lista que aún no había probado y que, por ahora, se reservaría el gusto. Pero los demás le llamaron la atención, su pene semierecto apoyaba la decisión. Regresó la lista y admiró el rostro sorprendido de vega.
—Todo se basa en saber escuchar —dijo entrando en su modo maestro.
—Nadie dice eso —reprochó mirando aún la lista.
—Es porque te informas en los lugares equivocados, Mario. ¿Con qué diablos te enseñas? ¿Porno?
Vega desvió la mirada.
Más valía que empezaran ya, la noche era corta.
—¿Estás seguro de esto? —gritó Vega cuando Mario lo jaló fuera del departamento.
Vega apenas pudo tomar su billetera y las llaves.
—Primero, voy a sacarte de tus ambientes. Tienes que enfrentar lo desconocido con entereza. Yo te guiaré.
—¡Pero no me conoces!
—Eso lo hace incluso más divertido. Vamos. Tienes que ganarte esas 5 estrellas.
Vega hipó, pero obedeció.
Eran las 9 y media de la noche, el centro de la ciudad estaba iluminado por hileras de focos navideños que cruzaban de un edificio al otro. Hacía frío pero la gente iba y venía inaugurando el fin de semana.
Mario empujó a Vega hasta el parque que estaba a un lado de la iglesia principal.
—Bien chico, ahora tomaré el control, pero espero que en cuanto avance la noche voltees los papeles.
Vega asintió, aún confundido.
A Mario le encantaba esa desorientación, lo ponía cachondo de una forma inexplicable.
Fue ahí, al recoveco de la iglesia y el parque, engullidos por las entrañas de la oscuridad, donde Mario besó a Mario.
El joven ronroneó en sorpresa, Mario jadeó de placer cuando forzó la abertura para meter su lengua. Un estremecimiento bajó por su columna cuando se enredó con la lengua ajena, era un musculo grueso y largo. Caliente y rasposo.
Mario succionó la lengua, chupó como si aquello fuera un falo, atrajo a Vega de la cintura y cuando la cadera del chico pegó con la suya, notó el bulto.
¡Verga!
Las reseñas no mentían, el bulto que se presionaba era tremendo. Salivó más, pasó la lengua por el paladar superior, fue ahí donde Vega encajó las uñas en sus caderas.
A Mario le gustó la sensación, quería más. El frío de la noche dejó de importar. Algo, el deseo, lo estaba quemando por dentro.
—¿Qu-qué haces? Nos van a ver.
Mario tiró de los pantalones deportivos de Vega, el chico no usaba ropa interior, su pene rebotó fuera de la tela.
—Y qué vistas vamos a darles —jadeó con hambre.
La verga de Vega era gruesa, con un vello chino y suave de color zanahoria. Incluso en la oscuridad Mario notó que aquél falo era una fantasía, suave, circundado con una cabeza colorada y ancha.
Pasó sus dedos por encima, Vega resolló.
Mario se hincó, el piso duro dolió en las rodillas, pero el resto de elementos tenían su conciencia fuera del dolor. Los sonidos de las personas caminando tan cercan, ajenos a las dos figuras.
Mario se puso frente a la erección, enterró su nariz en el vello del chico. Lo olió, lo hizo sonar porque Vega lo tenía anotado en esa lista. Le gustaba que lo olieran.
A Mario le encantó hacerlo, nunca se había detenido a ello, pero ahora le resultaba hasta adictivo. Vega era el olor de un hombre joven, ese sudor liviano y particular del presemen, Mario lamió la punta.
Se apoyó en las piernas de Vega.
Pasó su lengua otra vez, rodeó con ella el glande tan rojo, succionó como lo hizo con su boca momentos antes y cuando las piernas de Vega temblaron, Mario no pudo parar.
Sumergió hasta el fondo el grueso miembro de Vega, el chico jadeó y lo tomó por los cabellos casi con sorpresa. Mario pegó su nariz hasta el vello púbico, tomó la mano de Vega y lo instó a moverlo a su antojo.
El chico no necesitó mayor instrucción, cual animal entrando por primera vez a lo desconocido, Vega encontró un ritmo desesperado en el movimiento, Mario se ahogaba con la saliva y los empujones bruscos, le excitó la sensación de los fluidos saliendo por su nariz, tan brutal y tosco.
El olor hizo su propia verga humedecerse, la sintió mojarse contra los pantalones de vestir.
—¿M-mario?
Ahí fue donde Mario no pudo con lo que punzaba su propia erección, se bajó la bragueta y se tomó la verga, estaba tan mojada que, sin ver, Mario juraba estaba dejando gotas y gotas en el suelo, tan cerca de la iglesia. Tan lejos de Dios.
Bombeó con urgencia, los gemidos de Vega iban en aumento como si ya no recordara que estaban en público, que, si prestabas atención, podías escuchar a la gente pasar.
Su mandíbula dolía por el tamaño, pero a Mario no le importó. Consiguió sincronizar la succión que hacía en Vega con el ritmo en que se masturbaba, ahí de rodillas con un chico al que acababa de conocer.
—¡P-para! Para, Mario… mmmm
No paró, al segundo siguiente Vega tironeó de él con tanta fuerza, con ambas manos, como si no supiera qué hacer. Por fin lo presionó hasta que el glande tocó el fondo de su garganta.
Vega se vino, el semen golpeó su campanilla y era fuerte y abundante. Mario intentó tragar, pero incluso con su experiencia resultó demasiado, el líquido se escurrió por sus comisuras buscando salida y ahí, en el ahogo, Mario se corrió.
Fuerte y grosero. Gimió tan fuerte que se desconoció, apoyó la cara en el pubis de Vega, sus respiraciones fuertes y erráticas.
—Bien, esta no era una lección. Solo perdí el control —dijo Mario con un poco de vergüenza, algo que no solía experimentar seguido—. Tienes un arma ahí, sé más seguro.
Vega asintió, Mario se puso en pie y sacó un papel para limpiar su pene y el de su compañero. Mario notó la mirada desconcertada de Vega, sonrió para calmarlo. Se estaban arreglando los pantalones cuando…
—¡Hey! ¿Qué hacen? —preguntó una voz senil muy horrorizada.
Mario dijo algo que Vega no escuchó porque la adrenalina lo dejó sordo. Luego fueron ellos dos corriendo hacia lo desconocido.
La risa de Mario era cantarina, como la de un joven haciendo una travesura. Giraron en una de las callejonadas del centro y entraron a un bonito hotel de luces cálidas y una enredadera por la pared.
—Bienvenido a nuestro nido experimental —dijo con triunfo Mario mientras se acercaba al de la recepción.
—¿Lo tenías planeado?
—Tercera lección, para un buen sexo no hay nada como estar en peligro, pero sentirte seguro. No importa que parezca improvisado y loco, cuida que tu compañero sienta que contigo está a salvo.
—Ay por favor, eso no tiene ni sentido.
Mario río y Vega no pudo evitar hacerlo también. El recepcionista anotó los códigos QR de ambos y luego de ver el sistema los miró con los ojos bien abiertos, de Mario a Mario. Abrió la boca sin poder decir lo que sea que quisiera decir.
Vega tomó las llaves con el rostro ardiendo y se fue hacia la habitación.
Un cuarto sencillo, con esas luces cálidas que daban un ambiente acogedor. Era un hotel, no un motel.
—Siento que si cogemos aquí una familia entera nos escuchará a través de la pared y les joderemos las vacaciones —se quejó Vega.
—¿Es normal que eso me excite más?
Vega se alzó de hombros, se mordió sus carnosos labios y lo miró como un cachorro buscando orientación.
—¿Qué es normal, después de todo? —aventuró Vega.
—Cierto, vamos, hoy vas a poder realizar parte de esa lista.
Vega asintió con más temor que convicción, como si aún le costara creer que Mario iba a hacerlo.
Joder, le había hecho una mamada en el centro de la ciudad. Mario iba a jugar hasta el final.
Mario se fue desnudando, tan lento como pudo. Frente al pequeño espejo de cuerpo completo que estaba junto al clóset.
Quitó la corbata, desabotonó uno por uno los ojales de su camisa blanca impoluta. Una vez que se deshizo del pantalón e iba por el sujetador de calcetines, Vega lo paró.
—Me gustan, déjatelos.
Aquella orden hizo sonreír a Mario. Susurró a su oído: “Amarillo, bajas la intensidad. Rojo, te detienes”.
Vega asintió.
Mario se recostó en la cama, se colocó la almohada en la cabeza y pasó la mano debajo de ella. Fingió dormir.
Aún le parecía extraño que esa petición fuera la causante de tantas malas reseñas. La lista de Vega advertía que le daba miedo perder el control, Mario intentó convencerlo de que podía con eso.
E intentó convencerse a sí mismo. Era el mayor de los dos.
Cerró los ojos y esperó.
Mentiría si no admitiese que tenía el corazón acelerado, el chico era totalmente su tipo. Su rostro enrojecido por aquella mamada, sus pecas arrugadas cuando se corrió, ahí todo fruncido en placer.
Su verga estaba erecta de nuevo con solo el recuerdo, escuchó el movimiento de Vega, como se deshizo de la ropa e incluso sintió sus ojos recorrer su cuerpo desnudo y expuesto.
Ardió, todo debajo de su piel ardió y pidió que lo tocaran.
Vega se tomó su tiempo, se sentó a la orilla de la cama, parecía dudar todavía. Mario hizo soniditos que podían parecer los de alguien en un sueño placentero, gemidos cortos como quien se estira.
Entonces sintió la mano de Vega en su glúteo. Grande, fría, los dedos apretaron con fuerza, con mucha fuerza. Luego fueron las uñas, el dolor hizo que Mario reprimiera un brinco.
Las uñas de Vega se enterraron en su carne, Mario se dio cuenta que iba a ser muy complicado fingir estar dormido todo el tiempo.
Luego vino la nariz de Vega, olisqueando, la sintió en su vello del bajo abdomen, la sintió en su erección. No chupó, no lamió. Solo olió.
Cuando Mario estaba ya goteando, la nariz curiosa de Vega continuó subiendo, la sintió ir por el costado, sus manos aun enterrándose en sus nalgas. Mario jadeó cuando la nariz de Vega se metió en su axila.
Fue brusco, animal, olió y gimió con sensualidad.
Mario nunca había vivido algo así, los nervios ponían su piel sensible, sus sentidos atolondrados y expectantes. La lengua de Vega lamió la suave piel de la axila.
Mario reprimió el gemido, se movió un poco como quien tiene el sueño pesado.
Diablos que era complicado.
Vega pasó la lengua otra vez, era extraño, pero jodidamente caliente. Mario sentía el vaho de su aliento, Vega olisqueaba como si aquello fuera droga, un manjar, gruñía cual animal.
Pasó los dedos por su abdomen, hizo círculos cual caricia en el tatuaje de enredadera que Mario tenía ahí, coronando su vientre bajo.
—¿Estás dormido? —preguntó Vega, la voz era más segura, pero escondía un sentimiento prohibido—. ¿Estás dormido o estás provocándome? ¿Eh?
Mario no contestó. Vega también gustaba de hablar sucio, cuando lo leyó en la lista no lo creyó. Estaba expectante por seguir jugando, se moría por ser tocado.
—Quieres que te toque. Eres un cabrón que se muere por que lo follen mientras duerme.
Oh por Dios. Mario sentía que lo era. Vega lo volteó con cuidado, Mario hizo todo el esfuerzo por dejar el cuerpo laxo, por hacer real la experiencia. Su cara se presionó contra el colchón, Vega pasó las manos por su espalda, masajeó sus nalgas.
Sintió como las manos grandes de Vega abrieron las mejillas de su culo, luego un chorrito caliente y viscoso resbaló por la raja al medio.
No era lubricante, Mario supo de inmediato que era la saliva de Vega.
—Tu ano se está contrayendo esperando por que lo llene ¿No es así, Mario?
Su verga palpitaba rozándose contra las sábanas. No podía negar, no podía asentir ni rogar. Solo quedaba apretar los párpados, dejarse llevar.
Confiar en un completo extraño.
Un extraño que tomó su pene con una maestría de pajero, muchas noches solitarias parecían haberlo hecho demasiado bueno con eso porque Mario sintió que iba a correrse ahí mismo.
—Hueles a macho en celo, Mario. A macho que necesita una verga en este apretado y tan buen culo que te cargas. ¿Quieres, Mario?
Mario siguió callado. Eso estaba sintiéndose como una tortura, pero todo se fue al diablo cuando la lengua de Vega chupó su punta, bajó por sus testículos y se los metió a la boca.
Mario quiso maldecir.
La boca de Vega era caliente y grande, como todo en él. Su lengua se movió, era una succión suave, muy mojada que hizo que todos los esfínteres de Mario se contrajeran.
—Las venas que rodean tu pene están palpitando, Mario. Despierta y dime que quieres que te coja, despierta y pídelo. Si no lo haces, tendré que tomarte a la fuerza.
La pura idea, que debió horrorizarlo, lo llenó de ganas. La temperatura de su cuerpo parecía fiebre, de esa que te envía a otro mundo, donde ya no estaba en el mundo de la conciencia.
Era deseo puro, lujuria insatisfecha.
Vega gruñó con satisfacción, lo tomó de las caderas y lo jaló hasta que sus nalgas chocaron con la erección ajena.
Mario tuvo una pizca de miedo, la verga de Vega se frotó en la raja de sus nalgas, era inmensa. Ahí en la oscuridad de sus ojos cerrados solo podía imaginarla en comparación con su pequeño y palpitante agujero.
Lo iban a partir.
Vega le dio un beso en su coxis, Mario podía sentir una sonrisa en esos labios y el poco miedo seguía transmutando en ganas.
Luego sintió el falo introducirse entre sus piernas, Vega lo tomó de los muslos y lo apretó alrededor de su verga. El pene de Mario quedó alineado al grosor monstruoso de Vega. Cuando este se movió, Mario sintió que llegaba al cielo.
Las puntas hicieron fricción, Mario mordió la almohada.
Una nalgada, fuerte y ardorosa y placentera e incorrecta sonó por todo el cuarto. Mario resolló con un gemido mezcla del placer y el dolor.
—Has perdido el papel, Mario. Tengo que castigarte. ¿Entiendes eso?
Mario asintió.
—No, por favor. No me pegues más —gimió.
Vega le sonrió, esos labios, Dios. Los ojos azules estaban tan vivos y con las pupilas tan desenfocadas, abiertos al placer.
—Oh, has hablado. ¿Quién te ha dado permiso?
La siguiente nalgada contrajo su ano, lo disfrutó en exceso. Vega siguió follándolo en el medio de sus piernas, ambos estaban tan húmedos que el lubricante no fue necesario.
Mario estaba por venirse, ver el rostro de Vega lo estaba matando.
—¿Estás por venirte? ¿Mmm?
Mario asintió. Vega lo soltó.
—No, no, no… Vega, por favor.
—Por favor ¿Qué, señor 5 estrellas?
Mario se mordió los labios, giró el cuerpo para ver la desnudez de Vega. Sí, estaba en lo correcto, el cuerpo desnudo del hombre era un delicioso manjar. Salivó como si fuera un virgen viendo por primera vez a un hombre desnudo, pero no pudo evitarlo.
El contraste del chico, la inexperiencia y al mismo tiempo esa seguridad de sus deseos que reptaba debajo de su piel. A Mario no le molestaría ser siempre el hombre maduro con el que experimentar.
—Quiero venirme —gimió en un ruego.
Vega sonrió, lo bombeó, sus manos. Oh sus manos.
Mario arqueó el cuerpo, el orgasmo estaba tan cerca, todo su cuerpo se contrajo, el placer curvó los dedos de sus pies debajo de los calcetines que Vega le insistió en dejar.
Mario jadeó, cual animal y entonces Vega lo volvió a soltar.
Maldijo sabiendo lo que seguía. La nueva nalgada fue recibida con expectación, con el placer que se extendió por la parte baja de su cuerpo.
—Mierda, Mario. Aguantas demasiado bien —gimió Vega, su cara se contrajo como si hubiera perdido la pelea—. No soporto más.
Vega tomó la erección de Mario y entonces hizo algo que Mario no había probado, el glande de Mario se introdujo en la piel de su pene no circundado.
Los dos penes fueron envueltos por la piel sensible que rodeaba su verga, Mario la sintió estirarse, sintió la viscosidad de Vega. Las puntas se encontraron dentro del prepucio, la sensación de succión lo llevó al cielo.
Vega tomó su mano y juntos bombearon sus erecciones encontradas. Era como si ambas se chuparan, como si se succionaran mutuamente. Se estaban ordeñando y Mario había perdido la razón.
Quería alargar la experiencia, hacerla durar, pero no podía más. El orgasmo pulsaba en cada fibra de su cuerpo, desesperado por salir.
—¡Mario! ¡Mario! —la sensación de pronunciar su propio nombre de pronto le pareció tan sucia como sensual. Ya no podía seguir jugando, estaba fuera de sí.
—¡Mario, me vengo! —gritó Vega.
—¡Mario! ¡Mario!
Ese grito en el momento de mayor placer, casi siempre eran sus oídos los que lo recibían, no su boca la que deletreaba cada letra con éxtasis y perdición.
Un grito crudo y visceral, ronco como nada.
Ambos descargaron su semen, el líquido brotó fuera de la piel, como leche derramada.
Vega se dejó caer sobre Mario, él lo recibió con un abrazo y ambos cayeron presas del sueño.
Sucios, satisfechos.
Despertaron horas después, pegajosos y con la sonrisa pintada en los labios. No fue premeditado ni tampoco planeado, se acurrucaron en los brazos ajenos y conversaron.
Al parecer Vega tenía malas calificaciones porque nunca encontraba cuál era el punto intermedio. La primera vez había sido demasiado directo y rudo, lo que asustó a su compañero.
La segunda prefirió algo más sutil, le entregó aquella misma lista que a Mario y solo consiguió que el tipo saliera del cuarto y le dejara 1 estrella por pervertido.
Y así con cada intento, simplemente era como si él y su compañero no estuvieran en la misma página. Hasta Mario.
—Recuerda, Vega, cariño. El punto del sexo no es meterlo y sacarlo, es la experiencia —Dijo Mario que recordó que su papel de maestro se había perdido hacía muchos gemidos.
Se sonrieron.
Se dice, se cuenta, que después de ese encuentro, Mario Parada llegó a la reseña #100 y se quedó mucho tiempo ahí. Mientras que Mario Vega después de una racha de 5 estrellas seguidas, una detrás de otra, se dio cuenta que prefería tener un solo reseñador.
Sobre la autora: Gavi Figueroa , escritora y podcaster, disfruta mucho leer cómo dos chicos se meten mano.