Como todas las mañanas de domingo, salí al jardín.
El zumbar de las abejas ya se escuchaba, el mezquite se encontraba cubierto de amarillo y algunos pájaros comenzaban a cantar. Los ruidos de la naturaleza se veían interrumpidos por el pasar de algún automóvil al otro lado de la barda, a través de la avenida.
Traigo puesto el vestido blanco con flores estampadas que descubre mis hombros, aquellos que tanto le encantan. El vestido no es muy largo, me llega a la mitad del muslo; algo totalmente intencional.
Me recosté en la banca debajo del mezquite, el aire frío y el sol quemante me recuerdan que aún estamos en invierno. Si bien ya solo faltan unos días para que cambiemos a primavera, a estas horas del día pareciera que el invierno se aferra a no terminar su ciclo.
Tras una larga y profunda respiración, cierro los ojos e imagino. Imaginar es un pasatiempo para mí, me gusta imaginar cómo me toma entre sus brazos, como sus labios oprimen lentamente los míos hasta que nuestras lenguas comienzan a tocarse. Me gusta imaginar como nuestros labios se devoran sin piedad. Cuando comienzo a sentirme excitada me gusta pasar mi mano sobre mi brazo, sentir una caricia e imaginar que es suya.
Finalmente, abro los ojos. La luz se cuela a través de las flores amarillas que adornan el mezquite. Quizás algún día debíamos hacerlo debajo del árbol, a los ojos de las abejas, los pájaros y del claro cielo azul que se levanta por encima de todo. Nuestros únicos testigos serían las nubes pasajeras, aunque por metiches, podrían quedarse a cubrir el sol ese día.
Despierto de mis fantasías con un suave soplo de aire frío, mi piel se eriza y mis pezones se notan detrás de la tela blanca estampada.
¿A qué hora llegará? Me pregunto mientras froto un poco mis brazos.
De pronto se escucha el vibrar de mi celular dentro de la sala, no espero mensaje de alguien más y todos los grupos de mensajería siempre están silenciados. Seguro es su mensaje, pienso. Hay muchas otras posibilidades, muchas personas que podrían escribirme a esa hora pero algo en mí lo sabe así que me levanto con calma, sin necesidad de tener prisa.
Paso por debajo del árbol sin molestar a las abejas, aunque dudo que me presten atención teniendo tanta flor delante de ellas, entro a la sala y veo parpadear una luz azul en mi celular. Es su mensaje, afirmo para mis adentros.
Mientras desbloqueo el teléfono para mirar el mensaje esperando confirmar la hora de su llegada, un ligero cosquilleo recorre mi entrepierna, abro rápidamente la aplicación de mensajería pero solo encuentro una disculpa.
Una suave ráfaga de aire baila con las cortinas que cubren el ventanal hacia el jardín, la cortina oscila tan lentamente que siento que el tiempo se detiene por unos instantes. Miro el reloj de pared que está en la sala y me parece que las manecillas se han congelado, no avanzan, no pasan de las diez de la mañana. Cierro los ojos por un momento y en lugar de sentir desesperación o angustia, continua en mi cabeza la imagen de sus manos tocándome.
Camino a la sala y me recuesto en el viejo sofá que ya tiene al menos dos generaciones en esta casa, está pegado en la pared, no muy lejos del ventanal.
¿Cuántas historias no se sabe ya de todos nuestros encuentros amorosos? Miro a las paredes y veo algunas marcas de nuestros momentos atrabancados de pasión, pareciera que todo tiene su recuerdo, siento que está aquí a pesar de que no vendrá…
¿O será que porque no viene todo me parece un recuerdo nuestro? Veo todo lo que tengo, todo lo que he conseguido y aunque tenga esencia suya sigue siendo mío, todo aquí es mío.
¿Necesito que esté conmigo? Me pregunto.
No me puedo quitar las imágenes de sus manos en mi cuerpo, tocándome por completo; presionando suavemente mis pezones, devorando apasionadamente mi sexo con su lengua. Podría jurar que con tan solo intentar recordar alguno de nuestros encuentros, puedo sentir como nuestras piernas se frotan una con otra, de como nuestros sexos se rozan mientras toda mi piel se eriza por completo.
¿Necesito que esté conmigo? Me pregunto nuevamente. ¿Necesito acaso sentir sus manos para sentir un orgasmo?
Me recuesto en la esquina del sofá e instintivamente acerco mis dedos a mi boca, paseo mi dedo índice suavemente y lo toco sutilmente con mi lengua. Levanto entonces la pierna y el vestido se recorre por encima de mi vagina.
No me había puesto ropa interior, aprieto el vestido hacia mi escote y veo mis labios, depilados, salientes, hasta podría decir algo húmedos. Bajo entonces la misma mano que había rosado con mi lengua y comienzo a acariciarme suavemente, se siente algo rasposo así que en un acto reflejo acerco mis dedos para lamerlos.
Empiezo a tener algo de nerviosismo, no lo había hecho antes. Jamás me había tocado yo misma, siempre había sido alguien más, siempre esperaba que alguien me llevara al placer pero, hoy, hoy no habrá alguien más pues seré yo mi propia guía, mi propia amante, mi propio placer.
Sin dudarlo comienzó a acariciarme el clítoris de manera suave pero continua, siento unas pequeñas descargas comenzar a recorrer mis terminales nerviosas, una sonrisa se esboza en mis labios, no sé si es por la pena que busca invadirme o por el placer que estoy sintiendo.
Paso mi lengua por mi boca y después muerdo mis labios suavemente. Paso mis dedos por toda mi entrepierna, el clítoris comienza a sentirse ahí; de un momento a otro ya estoy moviendo mis caderas, así que sin querer esperar más, me aventuro a introducir mis dos dedos más largos en mi vagina.
Me siento húmeda, la sensación que experimento es diferente a cualquier otra que había sentido antes. El entrar y salir comienza a hacer un ruido húmedo que me invita a realizar movimientos cada vez más bruscos.
Estoy gimiendo, trato por un momento de afinar el oído para saber que tan fuerte lo estoy haciendo, pero no puedo ya concentrarme en algo más que no sea el placer que estoy sintiendo. Mi cuerpo se está guiando solo, saco los dedos por un momento para liberar mis pechos del vestido y los estrujo con fuerza entre mis manos.
Con mi mano izquierda pellizco mis pezones mientras que con mi mano derecha bajo nuevamente hasta mi entrepierna. Suelto mis pechos y acaricio por unos segundos mis labios mayores, abriendo mi vagina para permitir el paso a mis dedos. Entran y salen constantemente y con facilidad, entre cada par de movimientos hago pausas para presionar mis pechos. Mi pulgar presiona mi clítoris, lo masajeo intensamente.
No puedo parar.
Mis dedos entran y salen de mí, una y otra vez, una y otra vez sin descanso. Siento sudor escurrir de mi frente y entre mis gemidos se escapan ligeras sonrisas de alegría y placer, siento ya el éxtasis llegar y arqueo instintivamente mi espalda. Cierro los ojos y meto lo más profundo que puedo mis dedos presionando mi vagina por dentro.
La sensación del éxtasis se acerca pero no quiero que esto acabe ya, así que hago acopio de toda la fuerza de voluntad que tengo y me detengo por un instante, al inhalar una gran bocanada de aire, mis dos manos libres presionan con fuerza mis muslos, buscando aguantar el deseo salvaje de continuar tocando mi sexo.
Mi cuerpo me pide a punzadas continuar, así que me giro bruscamente y muerdo uno de los cojines que antes tenía en la espalda, me inclino al frente mientras urgentemente paso una de mis manos entre mis piernas mientras que la otra pasa por encima de mi trasero.
Por debajo me acaricio el clítoris con fuerza y comienzo a mover las caderas de abajo a arriba, la presión que siento es tan fuerte que he cruzado mi límite… grito ahogadamente en el cojín mientras toda la fuerza escapa de mis piernas, una descarga de placer inunda todo mi ser.
Mi cuerpo aún se estremece, las terminales nerviosas no han terminado de procesar todo lo que ha pasado. Poco a poco todo lo que me rodea vuelve a la vida: escucho nuevamente los sonidos del jardín, el ruido de los coches al pasar y los típicos crujidos de los viejos muebles de madera.
El vestido sigue por encima de mi pubis y por debajo de mis pechos. Mientras mi respiración se tranquiliza, percibo de nuevo los cálidos rayos del sol acariciando mis piernas. La vibración del teléfono me regresa completamente a la realidad. Miro al reloj de la pared y veo que el tiempo ya no está congelado, ha pasado, ha avanzado. Respiro con calma mientras comienzo a acomodarme el vestido, mientras lo hago sonrío.
Respiro profundamente.
El celular vibra nuevamente pero ya no me importa. No necesito a nadie más, yo me soy suficiente. Yo estoy completa así.
El celular vibra, pero prefiero de nuevo salir a recostarme debajo del mezquite.
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Sobre el autor: Gerardo González, “Al querer ser tantas cosas me di cuenta que para lograrlo solo tenía que ser una: escritor.” Escritor mexicano de todo lo que pase por mi cabeza.