—Este informe es una desgracia ¿Cómo es posible que aún no aprendas a hacerlos bien? ¡Corrígelos! La junta es mañana por la mañana.
Me arroja los papeles, tengo que agacharme a recogerlos mientras asiento con la cabeza, no me atrevo a mirar al arquitecto Julián. Nadie lo hace, sus ojos parecen dagas que te atravesarán a la menor provocación. No importa si hoy es mi cumpleaños o si mi madre está enferma, si el arquitecto necesita los papeles para mañana por la mañana, yo me quedaré aquí hasta terminarlos. Así sea en la madrugada.
He trabajado en esta oficina de arquitectos durante cinco años. Ni un solo día he dejado de pensar en renunciar. No lo hago, solo de imaginarme otra vez mendigando por un trabajo como en mis días de recién egresada ahora que tengo las deudas hasta el cuello, todo mi cuerpo suda frío.
—¿Qué me ves, Marcos? —digo cuando el arquitecto se ha ido, Marcos me mira detrás de su largo flequillo y sus gruesos lentes—. Tráeme los planos del proyecto del Hotel Uranos. ¡Rápido!
Él mueve la cabeza en respuesta y se tropieza al levantarse de su escritorio, si usara ropa de su talla eso no le pasaría con tanta frecuencia. No sé por qué lo hace ni me interesa. Marcos es uno de los directores de proyecto, el pobre está en el fondo de la cadena de depredadores que es este lugar.
Con su cabello oscuro demasiado largo para un despacho del prestigio del nuestro, con su desgarbado porte que en vez de demostrar su preparación lo hace pasar por el chico de los mandados. Ni siquiera aparenta su edad. No puedo hacer nada por él, cada uno ve cómo salir del puesto de mierda que tiene y mientras no seamos el arquitecto Julián o el jefe de contadores Erik, pasaremos por encima de quien sea.
Algunos, como yo, que no planeamos permanecer más tiempo aquí, echamos nuestros complejos sobre otras personas, Marcos fue elegido en un acuerdo silencioso que todos respetamos. No es por su puesto, en el organigrama de la empresa, Marcos tiene un cargo superior al mío y al de muchos otros que se encorvan sobre nuestros sus escritorios. Tampoco es por su aspecto físico, aunque arreglarse un poco le haría muy bien, es por su actitud, porque baja los ojos cuando alguno de nosotros sube la voz. Porque a todo contesta con un sí sumiso.
Me enerva. Detesto su actitud agachona. Me recuerda a mí misma, no lo soporto.
—A-aquí están—dice entregándome los planos, se los arrebato y los coloco en mi mesa.
—¿Esperas una invitación para retirarte? —Muevo la mano para despacharlo. Él me obedece, una sensación incómoda en la nuca me hace girar. Mi jefe me mira recargado en el marco de la puerta de su oficina.
No puedo pasar saliva, sus labios apretados parece que se abrirán para reprenderme, me señalo a mí misma, esperando que me mire por razones distintas a las laborales o a mi incompetencia.
—¡Marcos! —grita otro de los arquitectos en el lado opuesto de la sala común donde los empleados tenemos nuestros cubículos—. ¿Dónde está lo que te pedí? ¿Hablo en chino o qué?
Por inercia ambos miramos en esa dirección, Marcos corre de un lado a otro buscando el encargo, yo frunzo el ceño. Si tan solo Marcos dijera que no de vez en cuando, no abusaríamos tanto de él.
Cuando mis ojos regresan a mi jefe este tiene un lado de su boca apenas levantado. El corazón me da un vuelco, nunca lo había atrapado con algo parecido a una sonrisa. Seguí sus ojos y lo descubrí mirando al chico de cabello negro.
Volví a mi trabajo con una sensación extraña en mi pecho, esa que se anida cuando estás viendo un cuadro y no acabas de comprender la escena. Reviso el reloj y decido apartar el pensamiento, si sigo así caerá la noche sin que yo tenga el informe.
***
—Adelante—dice mi jefe cuando toco la puerta.
Su despacho es hermoso, la luz entra a sus espaldas por los ventanales, se filtra entre las persianas. Es como si un cuadro de líneas verticales enmarcara a Julián. Extiendo el informe con los cambios, no puedo respirar.
El atardecer colorea de naranja la oficina, lo miro de cerca. Sus ojos cafés claros brillan más con la luz, su cabello corto siempre presentable con apenas el fijador necesario para mantenerlo quieto.
Es un castaño oscuro, un poco ondulado. Nunca frunce el ceño por lo que su frente es casi un lienzo sin arrugar, a pesar de que está llegando a los 35. Aun con la ausencia de gesticulaciones, sus facciones cuadradas y sus labios delgados que son inmutables a moverse, le dan un aspecto de distancia. «No quiero que te acerques» grita su porte cuando se pone en pie y sus hombros se cuadran en una línea perfecta.
—Sigue dando pena. Has omitido datos relevantes y agregado la basura—dice con su voz grave, sin variaciones de tono—. No presentaré esto mañana.
—¿Puede ser más específico?
Él levanta ambas cejas y cierra los ojos, como si estuviera agotando su paciencia.
—Revíselos, si no es capaz de verlos es que no es apta para el puesto que tiene.
Me encojo, tomo el informe y hago el intento de sentarme para checarlo bajo su supervisión, no quiero quedarme aquí hasta la madrugada. Antes de que mi culo toque el asiento, la puerta se abre con una fuerza innecesaria. El contador Erik se adueña del despacho con sus pasos firmes y su sonrisa seductora, no me mira. Claro que no. Me aparto sin saber qué hacer, busco con los ojos a mi jefe, pero él ni recuerda que estoy allí. Retrocedo hasta la pared lateral, me quedo petrificada junto al armario de metal que me saca tres cabezas. Ahí me atrinchero.
—¿Otra vez trabajando hasta el agotamiento, guapo?
Erik se sienta sobre el escritorio, Julián inhala como si doliera y quita los papeles arrugados por el trasero del contador.
—¿Otra vez abandonando tus obligaciones?
El contador Erik es el hombre más popular de toda la empresa, su sonrisa está estampada en su cara como una mueca perfecta en la mayoría de ocasiones. Cuando te mira sientes que eres lo único en el Universo y que ese hombre te elevará al cielo si solo te entregas. La mayoría de mujeres lo tenemos como el hombre de nuestras fantasías, suele ser el protagonista de nuestros cuchicheos en el baño de damas.
—Cualquier cosa es menos importante que tú. —Erik lo toma por el mentón y lo hace mirarlo, mi jefe continúa sin expresividad—. ¿Has pensado en mi propuesta?
Erik se inclina demasiado, lo veo acercarse hasta que la punta de su nariz toca la de mi jefe. Julián suspira y niega, Erik tuerce el gesto. Es la primera vez que lo veo sin su máscara de galán. Contengo la respiración para que sigan olvidando mi existencia, estoy mirando algo que no debería. De todas formas, no quiero irme.
—Preferiría que volvieras a tu departamento.
El contador bufa, se levanta e intenta acercarse, Julián desliza su silla hacia atrás. Erick se revuelve su cabellera rubia, exasperado. Lo arrincona contra las ventanas, mete su rodilla entre sus piernas, Julián pone recta su espalda, salvando su entrepierna de la rodilla ajena. Entonces el clic de la puerta hace que los tres miremos a Marcos que carga con una taza de, lo que asumo, es café. Mira la escena, fijo, sin siquiera intentar disimularlo.
—L-lo que me pidió, contador.
Mi jefe aprieta los párpados, veo algo parecido a una arruga en su ceño, creo que él también la siente porque se pasa los dedos por ella, como intentando disolverla. Empuja a Erik. Marcos es casi de la misma altura que Erik, los demás lo notaríamos si el director no mirara tanto el suelo y se parase más derecho. El pelinegro extiende su brazo con la taza, pero no se acerca, de alguna forma obliga al contador a acercarse hasta él. Le da un trago, tuerce la mueca.
—Te pedí un café caliente. —Erik vuelve a dar un trago, niega y regresa el contenido a la taza. Luego finge regresársela a Marcos— ¿Por qué rayos trabajas aquí si no puedes hacer nada bien? ¡Deberías tomarte esto tú!
Marcos intenta alcanzar el café, Erik sonríe con malicia y parece que va a soltarlo antes, entonces mi jefe se lo quita de la mano, yo ya podía escuchar la taza haciéndose pedazos contra el suelo.
Julián se lleva el filo de la porcelana a los labios, se bebe el negro brebaje de un trago, algunas gotas oscuras resbalan por la comisura de sus labios y hacen un camino hasta la base de su cuello donde la corbata se anuda.
—Suficiente caliente para mí, Marcos. —Mi jefe tiene los labios rojos, hinchados. Su voz hace una inflexión ronca que no sé si se debe al café o a algo más.
El pecho de Erick se expande y se queda estático, reteniendo el aire. Marcos no toma la taza, esta se despedaza con un sonido que hace eco y aunque no puedo ver su semblante por el flequillo, sí que noto que tiene las manos hechas puños. Los nudillos casi blancos.
—Recógelo—indica Erik.
—Seguro que sí—responde Marcos que se arrodilla y levanta los trozos más grandes de porcelana.
—¿Por qué sigues aquí? —La voz de Julián ahora sí tiene un matiz de sorpresa e indignación, yo jalo aire en rápidos intervalos. Me siento atrapada en medio de un crimen. Él me clava las dagas de sus ojos—. Vete a arreglar eso.
Corro fuera del despacho, siento la cara arder y me escondo en mi cubículo para terminar mi trabajo. No puedo dejar de mirar la puerta del despacho, intentando encontrar la pieza que me falta para entender lo que sucedió ahí dentro.
Erik sale primero, avanza hasta el final del pasillo donde las escaleras conectan con su respectivo piso. Se queda parado con el semblante pellizcado y rojo, sé que no soy la única que lo mira. Todos en el departamento estamos extrañados, solo yo tengo un panorama más amplio.
Eso me hace sentir importante y aún más curiosa.
Marcos sale un momento después, se sienta en su oficina y Erik, como poseído por algo más fuerte que su status en la empresa, golpea con las palmas el escritorio.
—Aprovecha, solo eres una novedad pasajera.
—Pfft, —escucho esa mueca de burla, aunque me cuesta procesar la voz de Marcos—. Se nota que no has entendido nada.
Apenas puedo ver la sonrisa de Marcos, sus labios se curvan de un solo lado, hay burla en su tono de voz y la sorpresa hunde mi estómago.
Erik enrojece y da largas zancadas hasta bajar las escaleras, observo a Marcos, ha vuelto a ser el chico con la mirada gacha y la voz apenas audible. Pero ¿qué pasó tras esa puerta?
…
Como era de esperarse, la noche me sorprende terminando el informe. No creo haber hecho mi mejor trabajo, mi cabeza ha estado distraída con el encuentro de esta tarde. Sin que yo se lo pidiera comenzó a diseñar escenarios cada uno más bizarro que el anterior.
¿Y si Erik y el jefe tuvieron una aventura?
Todas sabemos que el contador está casado, por eso es el hombre de nuestros sueños imposibles y aunque coqueto, nunca se ha sabido de un escándalo en la oficina con alguna mujer. Me muerdo los labios. Puede que sea porque las mujeres nunca hemos sido su objetivo.
Contrario a él, de mi jefe sabemos poco. No es un hombre abierto a charlas personales, la ausencia de anillo en su dedo nos indica que no es casado, el tiempo que pasa en la oficina como si fuera su hogar nos hace creer que no tiene pareja. Nadie en casa.
Pongo a punto mi informe, examino el piso solo para darme cuenta que por primera vez en cinco años soy la última en irse. Incluso en los días que he salido más tarde, Marcos sigue sobre su escritorio, reponiendo el tiempo perdido en los mandados ajenos. Es casi como si tuviera dos trabajos. Pero hoy ya no está.
Genial. Así de incompetente he sido este día.
Me fijo debajo de la puerta de mi jefe, aún se percibe el color azul de las lámparas especiales que el diseñador de interiores colocó para temas de «concentración». El arquitecto Julián sigue aquí.
No creo que le moleste revisarme los papeles.
Con lo perfeccionista que es, verme tan comprometida con su informe puede darme puntos extras con él. Si se aprendiera mi nombre esa sería una recompensa suficiente, estoy harta de ser llamada «tú» «hey, chica». Tengo un nombre arquitecto. ¡Por lo menos pronúncielo mal!
Toco la puerta un par de veces, demasiado suave tal vez, al no obtener respuesta pongo mi oreja sobre la madera. Ningún ruido. Abro despacio «disculpe» digo tan bajito que solo yo me escucho.
No parece haber nadie dentro, me acerco a su escritorio buscando alguna pista de la misteriosa vida de mi jefe, entonces escucho voces desde el exterior.
Es puro reflejo con una pizca de curiosidad, corro hasta encerrarme en el alto armario metálico de la oficina, ese que está en la pared lateral. Piso algunos papeles y aparto un saco ¡Maldita sea! ¿Qué estoy haciendo? Me quedo quieta, con el corazón en la mano.
—¡No! No hice nada malo.
Esa es la voz de Julián, gruñe de forma lastimera.
—¿Nada malo? —dice la otra persona de la que no estoy segura de distinguir su voz. Un golpe contra el estante de metal me obliga a taparme la boca. Si me atrapan estaré despedida—. Erik intentó tocar lo que es mío.
—Intentó—dice Julián, el alma abandona mi cuerpo. Es la voz de Marcos, me acerco a las rendijas de la puerta. La espalda de mi jefe está contra el mueble y Marcos lo tiene sujeto del cabello, los lentes siguen en su lugar, pero el barítono de su voz es casi una orden—. Yo no lo provoqué ni respondí a sus insinuaciones.
—¿Y crees que eso te quita responsabilidad? —Marcos lo obliga a ladear la cabeza, la imagen me sorprende, muerde sus labios, Julián gime, bajito, casi ahogado. El sonido inconfundible de chupar me provoca un recorrido de frío sudor. Lo veo sacar su lengua y deslizarla por el mentón de mi jefe. Como si limpiara la saliva que escurre por la comisura de sus labios. Y entonces introduce su lengua, la imagen de perfil me dejar verla de cerca: es carnosa, «dura» dice mi cabeza, por la fuerza con la que la veo entrar y salir de su cavidad—. Voy a tener que castigarte otra vez.
—N-no, por…
Julián recibe la lengua de nuevo, no puede hablar. Es como si Marcos estuviera cogiéndose su boca.
—Tienes que hacerte responsable, Julián—. Marcos se quita los lentes, los acomoda en donde va la corbata de Julián, lo veo deslizar la tela por detrás del cuello de su camisa—. Tú eres el que me tiene con este atuendo solo para que nadie más me vea.
—No me gusta, solo yo puedo mirarte.
Mi cerebro no puede procesar la información, Marcos no es alguien en quien alguien se fijaría. ¿Por qué esconderlo?
—Bueno, ese tipo de privilegios conllevan un pago, anda. —Marcos lo toma por el saco y lo obliga a inclinarse de pecho sobre el escritorio. Si había una oportunidad para salir de aquí, no la tomaría por nada—. Es momento de cobrarme.
Marcos usa la corbata para atar las muñecas de Julián a su espalda.
—De rodillas—indica con la voz rasposa. Su tono no es agresivo pero la orden me recorre la columna, me obliga a hincarme. Julián lo hace también, mira hacia arriba con una devoción de anhelo—. Abre la boca, tengo que limpiarte por dentro.
Marcos se echa el cabello hacia atrás, no puedo ver su rostro, pero sí que veo cuando baja sus manos y saca su erecto pene de su pantalón. Jadeo. Julián pega la punta de su nariz al glande, el miembro de Marcos sigue un poco dormido, pero cuando Julián da un tímido lengüetazo, se hincha de sangre.
—Chupa—ordena.
Julián asiente, yo tengo que abrir la puerta del mueble con el miedo corriendo por mis venas. Necesito ver más. Mi jefe empieza dando tímidos besos en la punta, se lame los labios como si aquél miembro fuera su cosa favorita en el mundo.
Por su cara es posible que lo sea. Se enrosca en la punta de su pene, luego lame toda la longitud, desde la base hasta el glande, con esas mañas de experto, con sonidos pornográficos. Hay exceso de saliva, veo gotas que escurren por su mentón y otras que manchan el suelo. Marcos no respira, su cabeza se va hacia atrás, rendido al placer.
Mi corazón late en mi garganta, nunca he visto a dos hombres teniendo relaciones. Ni siquiera en pornografía. Hay una esencia salvaje y animal que dilata mis poros. Me siento incorrecta en ese lugar, escondida
—Esto no es un castigo si lo disfrutas, Julián.
Marcos se retira la playera, me muerdo el labio para no dejar salir mi sorpresa. Su cuerpo está tonificado, debajo de su horrible atuendo se esconden unos brazos definidos y una piel morena que, a la luz azul de la habitación, parecen arder. Sus omóplatos se marcan cuando jala a Julián del cabello. Marcos empuja su cadera, la respiración de Julián se vuelve nasal y húmeda, su manzana de adán tiembla mientras su cabeza va y viene sobre la entrepierna ajena.
Marcos jadea, entre mis piernas mi clítoris palpita. Aprieto mis muslos, intento apartar la mirada, pero no sirve, mi jefe hace un ruido imposible de ignorar, un ruido viscoso, placentero y lleno de gemidos ahogados. Mi garganta está seca, tengo una sed que no podré calmar con nada.
—Ni una gota desperdiciada, Julián.
La curiosidad puede conmigo, me asomo para ver a mi perfecto jefe con los ojos llorosos, el cuello enrojecido por el esfuerzo, su mandíbula apretada succionando el falo de Marcos. El agarre del director se ensaña, casi puedo sentir sus uñas enterrarse en el cuero cabelludo.
Sé que Marcos se viene, algunas lágrimas se escapan de los ojos de Julián, veo su garganta tragar de forma obscena. Acostumbrada. Entrenada. El director acaricia su mejilla con un gruñido de satisfacción.
—Bien hecho, ahora te puedo recompensar. —Marcos pone el dedo índice debajo de su mentón, lo mueve hacia arriba y Julián se levanta, hipnotizado—. Siempre que no vuelvas a hacerlo. ¿Entiendes?
Julián asiente, sumiso. Marcos lo empuja contra el escritorio, con su antebrazo arroja al suelo las carpetas, las plumas, el teléfono. Caen de forma aparatosa. Mis muslos se aprietan otra vez, mi mano acaricia mi pierna quiero dejar de hacerlo, pero me estoy sofocando en ese espacio, no consigo respirar bien. Me froto contra mis piernas y no basta. Necesito más, escucho el tintineo de una hebilla y el deslizar del cuero de un cinturón.
Miro de nuevo. Los pantalones negros, siempre pulcros de Julián ahora se ajan en sus tobillos, su verga se alza punzante, roja y dolorosa. No resisto, mi falda se va subiendo, invitándome a dar alivio.
Marcos se va deshaciendo del saco y la camisa que se quedan a medio ir por el nudo de sus muñecas. Mi jefe tiene los hombros anchos, su espalda y sus piernas ahora están sobre el amplio escritorio. Muslos compactos, ásperos y masculinos, Marcos también se deleita de la vista, Julián aparta los ojos, intenta cubrirse. Marcos se ríe, no lo deja, con una mano sostiene entre sus dedos los de Julián. Y su mano libre juega, su dedo índice pasa por la cabeza del pene goteante de mi jefe. Marcos se inclina y muerde un pezón, el cuerpo de Julián se retuerce.
Gimo, yo misma no puedo evitar subir la falda hasta mis caderas, sigo hincada, las rodillas me arden, pero nada se compara con mi vulva que se dilata con la imagen, presiono con mi dedo la humedad de mi ropa interior.
—Marcos, ya, por favor. —Julián intenta levantarse, Marcos lo presiona contra la madera. Quiero verlo, quiero saber qué cara hace ante los gimoteos del hombre, su tono de súplica y ansia viva—. Te lo ruego.
Los dedos de Marcos se meten en la boca de Julián, niega con la cabeza. Julián saliva, chupa sus dedos como a una paleta de caramelo macizo. El director se deshace de sus jeans, se deslizan hasta el suelo, él los patea lejos.
Nunca vi un trasero tan firme y carnoso al mismo tiempo.
—No sé si te he castigado lo suficiente.
Los dedos mojados y escurridizos se introducen entre los glúteos de Marcos, quien, apoyado con los pies en el suelo y el torso sobre el arquitecto, frota su ano. Quiero mirar mejor, la palma de mi mano frota por encima de la ropa mi vulva.
—¿Qué te quejas? —gruñe Julián, forcejeando— ¡Eres el dueño de todo esto! Ni siquiera tienes que trabajar.
Marcos sonríe, gime cuando sus dedos juguetean con su entrada, el rostro de Julián se desencaja, aprieta los dientes intentando levantarse y mirar mejor, quiere tocarlo. Sus manos se retuercen entre la corbata y su espalda. Lo mejor es que se rinda, está a merced del director, quien sabe cuánto tiempo lleve bajo su dominación.
Todos hemos estado bailando en la palma de su mano, él se divierte con nosotros.
—Me quedo aquí porque tú no me quitas los ojos de encima, me quieres en tu radar. ¿No es así, mi señor?
—Te quiero encima de mí.
—Aún no, necesito lubricarme.
Marcos se aparta del cuerpo de Julián, camina hacia el mueble de metal, lo veo en su completa desnudez y extensión. Me lamo los labios, el jefe es un bastardo egoísta que disfruta de privarnos de tremenda vista. Marcos echa su cabello hacia atrás, sigue avanzando y entonces la verdad me golpea, como una cachetada en medio de un sueño.
No consigo reaccionar, mi cabeza no puede procesar ni una excusa ni una acción concreta. La puerta de metal cruje cuando es abierta.
Marcos levanta ambas cejas, sus ojos son de un negro profundo, están empañados por deseo crudo. Sonríe de medio lado cuando nota donde está mi mano. Boqueo, hay un agujero en mi estómago por el pánico. La sangre arde por todo mi rostro.
«Disfrútalo» susurra.
—¿Mmm? —mi jefe gime desde su escritorio.
—Lo tengo—contesta Marcos tomando algo de la repisa que está sobre mi cabeza, luego se aleja y deja medio abierta la puerta.
La emoción de ser descubierta me estremece desde la punta de la cabeza hasta los dedos de los pies, mi mano se desliza por debajo del resorte de mi braga. Presiono mi clítoris, está hinchado, sobresaliendo entre mis labios mojados. Me exige que lo frote, que alivie su necesidad.
Veo el miembro de mi jefe, punza de la misma forma que mi vulva, sus ojos vidriosos de placer no se apartan de Marcos que juguetea con su ano, que gime y se retuerce sentado a horcajadas sobre Julián. Lo está torturando, Julián sigue suplicando. Yo lo haría si tuviera voz en este encuentro. Se estaca, se entierra y la venosa verga de Julián desaparece en el agujero de Marcos. Goteo, me imagino lo apretado que debe ser ese agujero. Lo hambriento que está. Julián maldice al cielo, Marcos apoya sus rodillas en el escritorio y levanta sus nalgas, saca el falo hasta casi la punta, luego vuelve a sentarse sobre él.
Julián se estremece, Marco gime divertido, estacándose con más fuerza, gira su rostro un momento y me mira. Sé que nuestros ojos se encuentran, luego regresa a su trabajo.
—Podría despedir a Erik, lo sabes. Podría decirle quién y cómo soy.
—¡No! —gime Julián—. Te querrá para él. No, eres mío.
—Lo soy. La próxima vez que el pendejo de Erik entre aquí ¿Qué harás? —Julián grita de placer, el vaivén de caderas, la forma en que lo monta. Ante el silencio Marcos se detiene en seco, Julián abre los ojos asustado, su pecho sube y baja arrítmico. —Dime ¿Qué tienes que hacer?
—Le mostraré una marca, tú marca.
—Bien dicho. —Entonces Marcos pone su boca en el cuello de Julián, este se arquea, grita y gime, todo mezclado. Dolor y placer. —Ahora dame duro.
—Desátame, déjame tocarte.
Marcos hecha la cabeza hacia atrás, apoya sus manos en las piernas de Julián, sus caderas ondean. Son el movimiento de un mar, calmado y rítmico. De pronto salvaje y frenético, violento y desesperado.
—No, hoy no.
Yo trazo círculos sobre mi clítoris, sangre caliente me circula por las venas, un recorrido eléctrico por mi cuerpo hace que mis piernas y mi pubis tiemblen. Me muerdo los labios, Marcos aumenta la fricción, el «así, Marcos, así. Más» de mi jefe me nublan el sentido. Acaricio mis pechos, mis pezones duelen de los duros que están.
—Lléname—ordena Marcos.
Sus palabras se meten en mis oídos, mi lubricación desliza mis dedos dentro, quiero soportarlo más pero no puedo. Es tan húmedo y grande lo que entra en el estrecho ano de Marcos que la habitación se llena del chapoteo y de sus caderas y nalgas golpeando la pelvis de mi jefe. Mi sangre hierve, me muerdo los labios, mi cadera se mueve hacia adelante y atrás. Quiero frotarme en alguien, quiero acércame y mirar mejor, quiero más, entonces llego al clímax.
En la nube de mi orgasmo escucho que Julián maldice, los gritos de Marcos se elevan, el chirriar del escritorio, el crujir de la madera. Miro entre la bruma de mi placer, Julián aprieta el semblante, se muerde los labios, endereza el torso para deleitarse con la vista de su verga que entra y sale.
—¡Estás apretando demasiado!
Marcos se viene primero, su semen salpica el abdomen del arquitecto, sus caderas siguen moviéndose, Julián jadea, ya no puede hablar.
—¡Suéltalo!
Vuelve a imperar, Julián obedece, se arquea al venirse, la mesa traquetea debajo suyo. Marcos se frota encima.
—Me encanta sentir como punza dentro mío—confiesa y se tumba sobre el pecho agitado de Julián. El arquitecto se endereza y deposita un beso en la frente brillosa de Marcos, sin dificultad deshace el nudo de sus muñecas y con delicadeza baja el flequillo oscuro del director. Marcos ladea el rostro y lo besa también. Noto el hematoma que va creciendo en el cuello de mi jefe. Quiero ver la cara frustrada del contador mañana, la risa triunfal escondida de Marcos y el intento de Julián de no demostrar nada cuando por dentro se está muriendo de gusto.
Por primera vez en cinco años pienso que mi renuncia puede esperar un poco más.
Sobre la autora: Gavi Figueroa , escritora y podcaster, amante del manga Shojo, Seinnen y por supuesto del Yaoi.