Sexualidad y discapacidad: Abran, que vamos a entrar

Sexualidad y discapacidad: Abran, que vamos a entrar

La sexualidad es algo intrínseco. Nos permite ser, reconocernos frente a otros, construir identidad y relacionarnos.
El propio cuerpo es, socialmente, el elemento primordial para explorar la sexualidad.  Pero no todas las corporalidades parecen igualmente aceptables a la hora de pensar el autodescubrimiento, el cuidado, la autonomía y mucho menos el placer asociado al ejercicio consciente y pleno de la sexualidad.

Los estereotipos de belleza culturalmente instalados son el aliado maligno perfecto para cerrarle la puerta de la sexualidad a los cuerpos disidentes. Así, las mujeres que conviven con discapacidad quedan por supuesto, detrás del portal.

 Sexualidad y discapacidad

De acuerdo con la Organización Mundial De La Salud (OMS), la Discapacidad es: “un término general que abarca las deficiencias, las limitaciones de la actividad y las restricciones de la participación. Las deficiencias son problemas que afectan a una estructura o función corporal; las limitaciones de la actividad son dificultades para ejecutar acciones o tareas y las restricciones de la participación son problemas para participar en situaciones vitales”

Este concepto integrador es avalado y transmitido también por la Convención Internacional Sobre Los Derechos De Las Personas Con Discapacidad (CRPD, por su sigla en inglés), un instrumento internacional de derechos humanos destinado a proteger los derechos y la dignidad de las personas con discapacidad

Entendiendo que la discapacidad es un fenómeno complejo que refleja una interacción entre las características del organismo humano y las características de la sociedad en la que vive, es que hoy más que nunca se hace importante dar luz a distintos aspectos fundamentales en la calidad de vida de este colectivo. A espacios de debate como la llave de esas puertas grandes, viejas y pesadas que nunca nadie se atrevió a abrir antes. Discapacidad y sexualidad: adelante, sean ustedes bienvenidas.

 Sexualidad y discapacidad

Las niñas buenas de la historia

La construcción de los diversos paradigmas respecto de la discapacidad se ha centrado en múltiples aspectos para asignar lugar a las personas que conviven con ella, en distintos momentos históricos.

En primer lugar, nos encontraremos con el Modelo de Prescindencia; que consideraba que la discapacidad tenía su origen en causas religiosas y que las personas con discapacidad eran una carga para la sociedad, sin nada que aportar a su comunidad.

El segundo Modelo es el denominado Rehabilitador (o modelo médico); que se diferencia del anterior fundamentalmente en que ya no entendía a la discapacidad como un castigo divino, sino más bien como un tema de naturaleza netamente médico- científica. Aquí se aludía a la discapacidad en términos de “enfermedad” o como “ausencia de salud”. Además, se pensaba posible que las personas pudieran tener algo que aportar a la comunidad, pero sólo en la medida en que fueran rehabilitadas en esa deficiencia.

Finalmente, en la actualidad se le da lugar al Modelo Social; que postula que la discapacidad no tiene origen religioso ni científico, sino como su nombre lo indica, social.  Aquí más allá de las diversidades funcionales, la discapacidad es el resultado de una sociedad que no se encuentra preparada ni diseñada para hacer frente a las necesidades de todos y todas. Apunta a la autonomía para decidir y para esto se centra en la eliminación de cualquier tipo de barrera que obstaculice la igualdad de oportunidades. Esta visión por supuesto es perfectible según la deconstrucción que nuestros entornos vayan requiriendo.

 Sexualidad y discapacidad

Por lo visto hasta aquí, es evidente que la conquista de derechos siempre ha sido una ardua tarea para las personas con discapacidad.

Sin dudas, la mirada androcentrista y patriarcal que aún prima en la sociedad global es un flagelo doblemente lastimoso para las mujeres con discapacidad en particular. Es que la relación género-situación de discapacidad, les otorga gratuitamente las características de “eternas niñas asexuadas”. Se ignora por completo el interés por adquirir información, manifestar y descubrir gustos, deseos, temores o formas de preservar su salud sexual y reproductiva.

La planificación familiar o la posibilidad de decidir maternar y cómo hacerlo es la discusión más bloqueada en este sentido para estas mujeres. Porque en el imaginario impuesto, ¿cómo lo harían, si (se supone) que no pueden con sí mismas y sus vidas siempre dependerán de terceros?”

Educación sexual integral con perspectiva de discapacidad: una asignatura pendiente

Gracias a la incansable lucha de muchos colectivos feministas a lo largo de la historia, resultan innegables los avances hacia una sociedad más justa, realista y plural. Donde las voces, reclamos y los logros de las mujeres (todas ellas) sean debidamente escuchadas y respetadas a la par de las de los hombres. Las conquistas en torno a derechos civiles, laborales, económicos etc. de los últimos años, son un claro reflejo de ello.

 Sexualidad y discapacidad

Un importantísimo hito en esos avances es la creciente posibilidad de abordar y debatir institucionalmente una educación sexual integral para niños, jóvenes y adultos, sin imposición de géneros dominantes, estructuras opresivas ni figuras indiscutidas. Sin embargo, con relación a la sexualidad de las personas con discapacidad, se siguen teniendo actitudes, miedos y prejuicios que hacen ver a la sexualidad general como un “tema tabú”.

Los silencios y las negativas a abordar esta temática de manera integral, responden esencialmente a la falta de políticas públicas profundas en esta materia, de un compromiso que involucre y sobre todo interpele a diversos actores sociales en sus roles para la transformación cultural.

Plantear educación sexual integral en todos los niveles, implica (o debería) reeducar a quienes brindan este conocimiento en cualquiera de sus ramas, con una perspectiva que involucre activamente a las personas con discapacidad en una formación recíproca.

No basta con que obstetras, ginecólogos y ginecólogas, enfermeros y enfermeras, docentes etc.  sean eminencias, si al momento de una consulta se niegan a atender a una mujer con discapacidad intelectual por considerar que no comprende el lenguaje. No sirven los centros de salud con la última tecnología para realizar estudios, si sus instalaciones no son accesibles para personas usuarias de sillas de ruedas u otro mecanismo de locomoción. No hay acceso a la salud tampoco si los informes sobre métodos anticonceptivos están redactados de forma única en tinta sobre papel, sin considerar siquiera que existe la posibilidad de quien quiera acceder a ellos sea una persona ciega, y por lo tanto alfabetizada con el sistema braille.  Esas son, en materia de derechos sexuales y reproductivos, algunas de las penosas deudas que debemos saldar.

 Sexualidad y discapacidad

Nada sobre nosotras, sin nosotras

Comprender los nuevos universos nacientes ante nuestros ojos no es sencillo en ningún caso, y la discapacidad no es la excepción. Por eso contar con marcos normativos que regulen y de algún modo cuestionen al sistema imperante, es fundamental.

De allí la importancia de que los profesionales de cualquier área, pero principalmente de la salud, conozcan y echen mano a la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas Con Discapacidad, que entró en vigor en el año 2008 y hasta la actualidad cuenta con 192 Estados miembros. 

Un concepto clave que se detalla en ese documento es el de “Ajustes Razonables”, definido en su artículo 2 como: “todas las modificaciones y adaptaciones necesarias y adecuadas que no impongan una carga desproporcionada o indebida, cuando se requieran en un caso particular, para garantizar a las personas con discapacidad el goce o ejercicio, en igualdad de condiciones con las demás, de todos los derechos humanos y libertades fundamentales.”

Acercar construcciones sociales que aparentemente están aisladas, es romper barreras. Y romper esas barreras es el insistente reclamo de la comunidad de las personas con discapacidad en su totalidad. Esto cobra aún más fuerza en el sector femenino, por todas las formas de violencia hacia su autonomía como mujeres y sus cuerpos. 

 Sexualidad y discapacidad

En materia de derechos sexuales y reproductivos, la discapacidad conoce, merece y reclama como nunca antes y a viva voz. No hay cuerpos más o menos aptos, ni capaces o incapaces de desear, conocer y decidir.

Sólo si admitimos a todas las corporalidades con su sinfín de posibilidades y realidades, nos podremos decir instrumentadores e instrumentadoras en la ampliación y reconocimiento de derechos. Derechos reales, sin capacitismo, violencia naturalizada ni negación sistematizada.

En la discapacidad hay sexualidad. Y si en la sexualidad falta discapacidad, hacerla presente es una tarea que de ninguna manera debe dejar afuera a las propias personas con discapacidad como lo que siempre debieron ser: protagonistas.

Voces, cuerpos, leyes, luchas: mujeres tomando su lugar, el de sus derechos. La representatividad en este terreno debe dejar de ser tan livianamente aceptada como valor, en el punto exacto en que las mujeres con discapacidad son desplazadas tanto de su intimidad como de ámbitos públicos. Nadie representa aquello que no vive, y la mejor y única manera de vivir, es conocer.

Hablar, formar, debatir y decidir sólo a través de los cuerpos y las personas socialmente habilitadas, debe, imperiosamente, dejar de ser la única opción.

Sobre mi cuerpo, mi decisión. Aquí ya no importa otra opinión. 

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Bio de la persona autora: Emilce Moragues es periodista y activista por los derechos de las personas con discapacidad. Se define como “rota en deconstrucción”.

FUENTES CONSULTADAS: 
  • Organización mundial de la Salud
  • Convención internacional por los derechos de las personas con discapacidad